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sábado, junio 01, 2013

Un momento en otro momento

Comparto con ustedes un cuento de mi autoría, escrito en 20 minutos del tirón y sin ninguna experiencia previa ... para el cajón de los recuerdos:

"Y entonces, sin pensarlo dos veces, saltó.

Cuando volvió a abrir los ojos le extrañó no sentir la sensación de caída. En su lugar había un aroma suave a tierra mojada. Sin entender todavía demasiado se dio cuenta de que era chiquito, mucho más chiquito, y que iba de la mano de una señora rubia caminando por la calle. Al fondo observó un cerro no muy alto, de incontables colores, enmarcado en un cielo azul como no había visto nunca. Su mente científica, en un intento de racionalizar la experiencia, no lograba descifrar si se trataba de una alucinación provocada por la aceleración de la caída, o si ya se había producido el golpe y esto era lo que había después de la muerte. Fuera lo que fuera, no le importó, y se dejó llevar por la grata sensación de entrega a la redención final.

Un momento después de esa vuelta a la realidad (al menos a aquella realidad), estaba sentado en el suelo de una habitación con paredes viejas y desconchadas. Una cama con una colcha verde, de aspecto viejo y un poco sucio, era de los pocos muebles de la habitación. Alargó la mano, sin saber muy bien por qué, y agarro la taza de café con leche que tenía delante. Con un ademán pícaro y sereno levantó el colchón, y entre los huecos de los tirantes de la cama vertió el líquido beige con mucha parsimonia. Desde el fondo lo miraban, impasibles, galletitas, tostadas de pan podridas y un gran charco resultado del ceremonial de cada mañana. El olor era raro, dulce y nauseabundo. No supo si fue entonces, o después (ya en ese momento el concepto de tiempo había perdido algo de su significado) cuando percibió el otro olor parecido. Pero ahora estaba parado enfrente de una acequia, donde un chico de unos veinte o veinticinco años metía la mano en el canal de agua sucia, y con un ademan desesperado sacaba de los pelos a un nene pelirrojo. Sintió terror y no supo muy bien la razón, pero vio cómo una vez sobre tierra firme el nene empezaba a escupir barro por la boca y a volver a respirar poco a poco. Durante muchos meses vería a ese mismo nene, pelirrojo y con eterno aspecto serio, pedaleando sobre un triciclo con un enorme chupete y una almohadita sucia permanentemente agarrada bajo el brazo. El aspecto familiar de la escena le causó ternura y una pena infinita. Abajo, el fondo negro no parecía acercarse demasiado rápido. Y tuvo miedo de quedar atrapado.

Realmente hacía mucho frío. La fecha la tenía grabada a fuego en la memoria: dieciséis de enero. Se acomodó la manta que tenía sobre los hombros y siguió a sus padres y hermanos al bajar la escalera. El avión quedaba atrás y delante lo esperaba la sensación de un nuevo mundo; "aunque al revés", pensó, y le causó gracia la ironía histórica. No entendía demasiado qué estaba pasando (en este punto ya casi no era capaz de distinguir el mundo real del onírico) pero cada vez sentía menos la caída y los segundos parecían alargarse más a cada momento. Este nuevo lugar parecía un país raro, viejo y ocre. La gente era extraña y a todos los causaba gracia ver cuatro chicos con el mismo corte de pelo, rubios y al ras. Al entrar al salón, durante el primer día de clase, la monja lo presentó a sus compañeros y tuvo la sensación de ser un extraterrestre; aquellos chicos parecían no haber visto un extranjero nunca en su vida (no tardaría demasiado en descubrir que, efectivamente, así era). De repente, en la ingravidez de la caída, lo inundó una ola de felicidad, de tranquilidad contenida en la sencillez de las pequeñas cosas, de los pequeños pueblos, de la gente conocida. La armonía de un sábado a la tarde, en una cancha de básquet, rodeado de amigos y la chica de sus sueños; la esperanza del primer beso a los doce años y de la amistad sin límites, sentado en un bar con "tres cerdos y treintauno" en la mano, haciéndole un guiño al compañero de mus, esperando que ese momento no se termine nunca.

La sensación del primer beso lo trajo de nuevo al otro lado, y sintió la brisa mezclada con la respiración tranquila de un cuerpo en caída libre. Los periodos de lucidez son cada vez más breves, y ahora ve el reflejo de sí mismo en la ventana de una nueva clase, en un nuevo colegio. Escucha la voz monótona de un profesor aburrido mientras hace equilibrio con la silla. En el momento en que la silla pierde pie la impresión de la caída se confunde con la realidad y ya todo se vuelve uno, y los segundos se transforman en años y el consciente en subconsciente y el ayer en el mañana.

Está frente a la puerta de la Facultad y ya no sabe en qué momento se encuentra. Tiene la vívida imagen de la primer noche de sexo torpe, besos atolondrados que nunca iban a llegar a nada. Y luego todo se desvanece y vuelve a aparecer frente a otra universidad, con otra gente y en otro tiempo. 

De manera sucesiva, sin un orden aparente y durante minutos que se sienten como décadas, aparecen imágenes y sensaciones mezcladas que se van llenando poco a poco de la melancolía del adiós: un sol a medianoche, un castillo de cuentos en medio de la niebla de un bosque sajón, un canal con árboles en las orillas, las caras tristes y alegres de los que nunca estuvieron y de los que siempre estarán. Y entonces, sin esperarlo, aparece ella. Se mete en una historia que no le corresponde y se hace poco a poco con toda la trama. No la reconoce, pero sabe lo que es, lo que representa. Pero ya es tarde.

Cuando abre lo ojos, por más que continúa en caída, ya no está allí, sino en medio de un desierto poblado de torres de cristal. Ya no queda nada del otro lado y en un segundo parpadeo aparece dentro de una mezquita roja, rodeado de una multitud de personas descalzas, que se arrodillan armoniosamente y apoyan la frente contra el suelo al ritmo de un cántico religioso. Imita el movimiento sólo por inercia, pero en la segunda genuflexión el cambio trepidante lo interrumpe nuevamente y lo sitúa frente a una enorme pirámide de piedra decorada con cabezas de serpientes y en otro terremoto temporal presencia un atardecer en una playa poco desierta, y acto seguido las luces rojas de una cristalera mal iluminada y ahora el todo es nada y el mareo se lleva su consciencia.

El impacto no logra matarlo; unas cuantas costillas rotas son el triste resultado de un viaje de décadas que termina en un segundo agónico, donde parece que nada hubiera pasado. Mucho tiempo después, en la cama de un hospital, ya no sabe si está en este lado o en el otro, pero tampoco importa demasiado. Se despierta treinta años más viejo aunque su cuerpo diga lo contrario, y el dolor en todo su ser se deshace por el efecto de la morfina y el sueño gana terreno, y se duerme ... no sabe cuándo se desvela, pero al abrir los ojos la cama de hospital ya no está allí, y él está cómodamente tendido sobre el colchón de su casa. 

Justo en ese momento, cuando ella se despierta y lo mira de frente desde el otro lado de la cama, es cuando se da cuenta. Sonríe aunque su boca no se mueve, y comprende, por fin después de sesenta años, su objetivo en la vida."




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