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sábado, diciembre 11, 2010

Ir en contra de tus principios

A pesar de que pueda parecer lo contrario, yo no soy demasiado exigente con el ser humano: una de las pocas cosas que de verdad pido es, ante todo, coherencia. Me parece que la coherencia interna entre los hechos, pensamientos y formas de vida de una persona son fundamentales para que esa persona se pueda considerar digna de respeto. Por supuesto que muchas veces en la vida, por un motivo o por otro, se pierde ligeramente el camino, pero debe existir cierto marco, cierto concepto general en el que, creo, tenemos casi la obligación de ser coherentes. Esto si queremos ser medianamente maduros y lógicos, claro.

Por eso me causa mucha gracia, pero mucha, cuando un montón de gente que se llena la boca hablando de cosas tan bonitas como la libertad, la independencia y demás conceptos idílicos se pisa tan sonoramente a sí mismo. El caso que mejor refleja esta situación ahora mismo, según mi opinión, es el tema de Wikileaks: un día un señor se levanta de la cama y empieza a publicar, de forma indiscriminada y con una clara intención dañina, documentos confidenciales que pertenecen a un pueblo. No a un gobierno, no: a un pueblo. Documentos que, más allá de secretos importantísimos, contienen información que pone en riesgo, incluso, la vida de muchas personas. Y la gente, alrededor del mundo, lo aplaude.

Como dirían Les Luthiers, "analicemos la frase". Usted imagínese que se levanta una mañana y un señor muy gracioso ha publicado en el periódico local sus cuentas bancarias, sus contraseñas, sus conversaciones con su señora por la noche, la localización exacta de sus hijos y demás información delicada, en pos de la "libertad de expresión", alegando que sus conocidos "tienen el derecho a conocer esa información". ¿Qué le parecería esa situación? Creo que la respuesta es más que obvia. Bueno, entonces entendamos una cosa de una vez por todas: un país es como una familia, sólo que más grande.

No entiendo cómo este concepto tan simple, que puede entender hasta un niño de cinco años, es tan complicado de asimilar para tantos "gurús" de la información y la libertad que andan dando vueltas por ahí. Un pueblo, representado por su gobierno, tiene el derecho ... no, perdón, tiene el DEBER de mantener cierta información bajo la etiqueta de confidencial, a fin de poder manejar un sistema tan complicado como es una nación. Creo que este es un hecho tan obvio que, a riesgo de que alguien se ofenda, se puede decir que quien piense lo contrario no entiende en absoluto el funcionamiento de una sociedad. Es la esencia misma del ser humano, y el tema no merece más discusión.

Y entonces, cuando algo tan claro como eso aparece en el camino, surgen los ejemplos con los que empecé este texto: aquellas personas que piden la libertad a los cuatro vientos, y sin embargo apoyan un acto criminal como es el de Wikileaks, que se salta a la torera ni más ni menos que la libertad de 350 millones de personas de decidir qué asuntos internos se publican y cuales no. Tócate los cojones, mariloli. Y todo esto en pos de la "libertad de expresión", a lo que yo me pregunto: ¿libertad de expresión de quién?¿Del señor Assange?

Creo que alguien alguna vez dijo (y si no, lo digo yo) que no hay nada peor que una "libertad" mal entendida. No seamos necios, no caigamos en el facilismo de las masas y el pensamiento aborregado, razonemos por un segundo aplicando el sentido común, en lugar de abrir la boca sin saber siquiera de lo que estamos hablando. Toda libertad conlleva implícitamente una responsabilidad: una vez más, no confundamos la libertad con el libertinaje.

martes, mayo 25, 2010

Conquistar el mundo …

Ayer, en una de mis lecturas matutinas, me topé con un artículo titulado “Los amos del mundo”, que trataba, de forma supuestamente seria, sobre el poco conocido Grupo Bilderberg: un grupo de personas con puestos muy influyentes en el mundo contemporáneo que se reúnen anualmente para tratar temas de actualidad política, social, económica, etcétera.

Leyendo el tenor del artículo, y de la gran mayoría de los comentarios, me empecé a reír sólo sin poder parar. Personalmente, siempre me fascinaron las historias de secretismo, exclusividad y poder. Pero creo que la gente es demasiado cómoda. Permítanme que les explique este aparente sinsentido.

Al público, en general, le encanta encontrar siempre algo o alguien sobre quien delegar, sobre quien verter responsabilidad. Hace no mucho leí que delegar es eso mismo: el invento de la “tercerización de la culpa”. Y la gente, de manera individual y de manera social, necesita “tercerizar” la culpa. Todas estas versiones de grupos secretos que controlan el mundo, de entes formados por “poderosos” que determinan la vida y acción de las sociedades y personas son tan viejas como el propio ser humano, así como, de forma paralela, lo es la religión, con exactamente el mismo propósito: quitar responsabilidad de los hombros de las personas, hacer que la vida sea más llevadera y no asumir, en definitiva, la carga y consecuencias de las acciones que ejecutamos cada día.

Claro que siempre me causa gracia encontrar un artículo, de periódicos supuestamente serios y respetados, donde se pretende dar legitimidad a rumores y habladurías repartidas por el mundo. El Grupo Bilderberg existe, sí, y tiene un carácter de “perfil bajo”, también, pero de ahí a asumir que estos son los amos del mundo que controlan todo lo que ocurre en el planeta, hay un salto lógico imposible de cruzar. En uno de los párrafos, incluso, se llegaba a afirmar indirectamente que fue “el Grupo” el que puso a Bill Clinton y George Bush de presidentes de los Estados Unidos.

Como dirían los más grandes filósofos del siglo XX (Les Luthiers): “señoooooora”, no caigamos en el facilismo de creer que la voluntad de 50 personas puede más que la de 300 millones. No caigamos en la trampa del cuento del lobo feroz, de la historieta del poderoso y los pobrecitos inocentes que no se enteran de nada. El ser humano del siglo XXI es un homo informationis (si se me permite la aberración): es una persona educada, conocedora, con la capacidad suficiente para investigar, aprender y actuar ante los diferentes desafíos y encrucijadas de la vida moderna, sean estos políticos, sociales, científicos o de cualquier otra índole.

No caigamos, en definitiva, en el atontamiento de la vida paternalista que nos pretende hacer creer que no estamos capacitados para tomar decisiones. Somos capaces, formados y conscientes: si nos dejamos convencer de que los “grupos de poder” son los que tienen el timón de nuestra vida, estaremos cayendo en el más pueril de los errores.

Seamos responsables, por tanto, por nuestras acciones. La vida no es de color de rosa y, aunque parezca increíble, tanto a Bush como a Zapatero los ha puesto en el poder su propio pueblo, por medio del más básico acto social: el voto. No es, como dice el dicho, que cada país tiene el gobierno que se merece, no: cada país tiene el gobierno que ha elegido.

Basta de quejas y excusas. Aceptemos, de una vez por todas, la responsabilidad de nuestras acciones. Y aprendamos a convivir con sus consecuencias.

viernes, mayo 14, 2010

¿Crisis? ¿Dónde está la crisis?

El genial Joaquín Sabina, en una de sus canciones más famosas, ponía estas palabras en la boca de una típica señora española: “¿Crisis?¿Dónde está la crisis?”.

Pero claro, escucharlo, años después, de boca del presidente del gobierno, ya no me causa tanta gracia. Y es que si uno analizaba la situación detalladamente, todo esto se veía venir.

Dejemos de lado –o no- las primeras andanzas de Don Zapatero de La Mancha y sus secuaces (como la pantomima de la rebaja del IVA de los libros, o el vergonzoso anuncio de la creación de viviendas, o el resto de mentiras que nos han venido contando desde hace mucho a esta parte) y centrémonos en el manejo de la actual –aunque sea sólo para España y unos pocos países- crisis económica.

Ante el fantasma de la recesión, hace ya un tiempo atrás, Zapatero aplicó el principio más pueril e ignorante de la economía (y casi todas las disciplinas): negarlo todo. Esta táctica no sólo no se la creía nadie, sino que además desconcertaba a los mercados y generaba desconfianza en los inversionistas. Para cualquier economista aficionado y lego en la materia, como yo, la cosa tenía un sólo destino: si la economía española se había inflado hasta el punto de formar una burbuja, en algún momento se tenía que desinflar. No nos engañemos, sin embargo: una cosa es la crisis internacional que existió y otra, muy diferente, la que se generó en España debido al crédito salvaje y la falta de ahorro de la población.

Había una salida lógica, de todas formas: reducir el gasto público, bajar los impuestos para generar consumo, poner la economía en modo “sleep” y esperar a que amaine el temporal. Pero no, para qué tomar las medidas que aconsejaban todos los economistas reconocidos, cuando lo tenemos a SúperZP (todo un ministerio de economía él solito, oiga) al mando de la nave: mejor, aumentemos las subvenciones a cualquier chorrada, incrementemos el gasto público, subamos los impuestos para matar el consumo y, eso sí, que a mi Sonsoles no le falte de nada.

Pero este derroche de conocimientos económicos (656 asesores del presidente de por medio, que cuestan alrededor de 28 millones de euros al pueblo español) no trajo los frutos que se esperaban. No solo eso: hoy por hoy, España está vigilada por la política internacional para que la cosa no explote. Obama lo llama a Zapatero para decirle que tome las riendas del asunto de una vez y Merkel le da un toque de atención. Este excelso ministro/presidente está consiguiendo que España sea el hazmerreír de la crisis internacional: mientras toda Europa ya pasó el chaparrón, a nosotros nos espera todavía lo peor.

Este hombre ha conseguido llegar a ser (aunque suene paradójico) un inepto en casi todas las materias de gobierno que ha tratado.

Aaahh, pero no se preocupen, mis queridos chichipíos, que además de la subida de impuestos que ya anunciaron, el año próximo se viene otra. Y si no, tiempo al tiempo.

De buenos que se vuelven malos

Muchos están indignados. Claman al cielo sin siquiera conocer bien los hechos ni los detalles de lo que están hablando. Les da igual, ya que la idea que defienden va “más allá” de esos detalles menores …

Otros dicen, con la boca chiquita, que bueno, que este hombre no es tan malo. Y no, en un principio no lo era. Empezó con buenas intenciones y buenos actos: metiéndose en casos importantes, poniendo el pecho a las balas y aceptando las consecuencias. Pero, como ocurre en muchos casos (demasiados, desgraciadamente), no supo parar a tiempo. No supo bajarse de la nube y legislar desde la sensatez y la humildad. No. Se la empezó a creer: empezó a pensar que podía meterse en cualquier sitio, que su “coraza” de juez le daba impunidad para hacer lo que quisiera, incluso ir a buscar basura al patio ajeno y revolver sin permiso de los dueños.

Y claro, todo está muy bonito y muy “progre” mientras los atropellos se cometen fuera de casa … el tema es cuando se empieza a meter mano a la memoria personal (a la de tu hermano, a la de mi padre) o cuando se le ve el filón económico al asunto; ahí es donde vienen los problemas. Sobre todo si, desde el gobierno de turno, te dan permiso para hacerlo de la manera que te plazca, sin respetar ningún procedimiento, ley o autoridad establecida. En ese momento, cuando empiezas a mear en tu propio territorio y a tocarle la moral a tus propios compañeros, es cuando ya se ha perdido el rumbo.

Pero, aún así, y lejos de adoptar una postura de pro-hombre y rectificar, nuestro “súper-juez” siguió adelante con los faroles. Pues aquí están las consecuencias, señor Garzón. Esto es lo que ocurre cuando el que empezó siendo un buen juez se termina creyendo intocable: que la Justicia (con J mayúscula) es lenta, pero llega. O, como mejor diría un amigo mío, “el tiempo deja a cada uno en su lugar”.

Todas las personas son iguales ante la ley, sean jueces, políticos, civiles o religiosos. Hoy es un gran día: el pueblo se ha atrevido a llevar a la Justicia un hombre bueno que se ha corrompido. Y ése es uno de los signos más puros de la democracia.

lunes, febrero 01, 2010

Síntomas de enfermedad

El ideólogo que dio el mayor sustento al nacional-socialismo, Joseph Goebbels, dijo en una ocasión que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.

Resultan cuando menos curiosas las similitudes que se pueden encontrar entre dicho personaje y actores del presente político de Latinoamérica. La insistencia en demonizar a EEUU de Chávez (en Venezuela), por un lado, y la continua agresión a las instituciones democráticas por parte de Cristina Fernández (en Argentina), por otro, no son más que dos caras de la misma moneda: la moneda del “autoritarismo ideológico”.

Es éste un autoritarismo que se disfraza de populismo para conseguir sus fines: alega continuamente a la verdad y la justicia de los “pobres y oprimidos” para conseguir un fin totalmente distinto al que predica: el poder absoluto. La situación de Chávez es ya más que explícita; en la Argentina todavía no es evidente para aquellos que se conforman con leer el horóscopo en los diarios, pero sí para la gente que realmente se interesa por buscar la verdad más allá de los medios de comunicación. Estos dos políticos, al igual que Goebbels, repiten como loros varias mentiras que forman la columna vertebral de su discurso, hasta convertirlas en verdades; aluden continuamente al enemigo único (EEUU, en el caso de Venezuela; los “oligarcas y poderosos” en el caso de Argentina) a fin de unificar el odio de sus seguidores en una figura totalmente ajena a ellos –al menos en apariencia.

Pero lo más triste de toda esta situación no es esto. Lo más triste no son ni los Chávez, ni las Cristinas, ni los Aníbales Fernández … no, estos personajes han existido y existirán siempre, independientemente de la sociedad o el momento histórico. Lo más triste es la gente. Lo más triste es el pueblo que los avala y los apoya. Lo más triste de todo (no voy a dejar de hacer énfasis en esto) es que Cristina Fernández salió elegida con un 42% de los votos.

Latinoamérica es un continente que nació con síntomas de enfermedad. Alguna vez tuvo visos de mejoría y hasta algunos optimistas daban un diagnóstico favorable, pero, a pesar de que pasan las décadas y el mundo cambia y evoluciona, sigue presentando los mismos síntomas del día en que se originó. Sé que es duro aceptarlo, pero es un continente que NUNCA va a cambiar, por un simple hecho: no son los políticos los que hacen daño, es la gente común y corriente la que pervierte y corrompe de forma continua su vida.

Padecemos, como bien dijo alguna vez un excelente filósofo popular, la enfermedad de “los Otros”. No nos confundamos, el enemigo no está ahí fuera: lo tenemos en cada uno de nosotros.

martes, enero 26, 2010

Probando nuevo método

Vamos a ver si funciona esta nueva forma, que me facilitará publicar entradas de manera más rápida y fácil. El programa que uso es el Windows Live Writer, y sí, por más que todos estén pensando en “Mocosoft”, la verdad es que tiene muy buena pinta y parece funcionar de lujo.

Ya les comentaré … saludos!

miércoles, enero 13, 2010

Creo que es hora

Sí, creo que después de mucho, mucho tiempo, es momento de retomar este blog. No se confundan: no es que me dejó de interesar la economía/política, sino que intenté, con mucha paciencia de mi parte, hacer un impass. Intenté durante unos años, sin demasiado éxito por cierto, pensar que las cosas no eran tan terribles y que, tarde o temprano, todo se arregla sólo de alguna manera.

Evidentemente, después de casi 4 años, esto no es así. Hoy releía mis últimas entradas de este blog: no pueden estar de mayor actualidad. Es sorprendente cómo cuesta cambiar las cosas, cómo cuesta que la gente se dé cuenta de sus errores.

Es por eso (por esa necesidad imperiosa de gritar al mundo -aunque sea digital- las injusticias que se cometen día a día) que me veo con las ganas y la fuerza suficiente para retomar el blog.

Espero que dure.