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lunes, febrero 01, 2010

Síntomas de enfermedad

El ideólogo que dio el mayor sustento al nacional-socialismo, Joseph Goebbels, dijo en una ocasión que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.

Resultan cuando menos curiosas las similitudes que se pueden encontrar entre dicho personaje y actores del presente político de Latinoamérica. La insistencia en demonizar a EEUU de Chávez (en Venezuela), por un lado, y la continua agresión a las instituciones democráticas por parte de Cristina Fernández (en Argentina), por otro, no son más que dos caras de la misma moneda: la moneda del “autoritarismo ideológico”.

Es éste un autoritarismo que se disfraza de populismo para conseguir sus fines: alega continuamente a la verdad y la justicia de los “pobres y oprimidos” para conseguir un fin totalmente distinto al que predica: el poder absoluto. La situación de Chávez es ya más que explícita; en la Argentina todavía no es evidente para aquellos que se conforman con leer el horóscopo en los diarios, pero sí para la gente que realmente se interesa por buscar la verdad más allá de los medios de comunicación. Estos dos políticos, al igual que Goebbels, repiten como loros varias mentiras que forman la columna vertebral de su discurso, hasta convertirlas en verdades; aluden continuamente al enemigo único (EEUU, en el caso de Venezuela; los “oligarcas y poderosos” en el caso de Argentina) a fin de unificar el odio de sus seguidores en una figura totalmente ajena a ellos –al menos en apariencia.

Pero lo más triste de toda esta situación no es esto. Lo más triste no son ni los Chávez, ni las Cristinas, ni los Aníbales Fernández … no, estos personajes han existido y existirán siempre, independientemente de la sociedad o el momento histórico. Lo más triste es la gente. Lo más triste es el pueblo que los avala y los apoya. Lo más triste de todo (no voy a dejar de hacer énfasis en esto) es que Cristina Fernández salió elegida con un 42% de los votos.

Latinoamérica es un continente que nació con síntomas de enfermedad. Alguna vez tuvo visos de mejoría y hasta algunos optimistas daban un diagnóstico favorable, pero, a pesar de que pasan las décadas y el mundo cambia y evoluciona, sigue presentando los mismos síntomas del día en que se originó. Sé que es duro aceptarlo, pero es un continente que NUNCA va a cambiar, por un simple hecho: no son los políticos los que hacen daño, es la gente común y corriente la que pervierte y corrompe de forma continua su vida.

Padecemos, como bien dijo alguna vez un excelente filósofo popular, la enfermedad de “los Otros”. No nos confundamos, el enemigo no está ahí fuera: lo tenemos en cada uno de nosotros.