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martes, mayo 25, 2010

Conquistar el mundo …

Ayer, en una de mis lecturas matutinas, me topé con un artículo titulado “Los amos del mundo”, que trataba, de forma supuestamente seria, sobre el poco conocido Grupo Bilderberg: un grupo de personas con puestos muy influyentes en el mundo contemporáneo que se reúnen anualmente para tratar temas de actualidad política, social, económica, etcétera.

Leyendo el tenor del artículo, y de la gran mayoría de los comentarios, me empecé a reír sólo sin poder parar. Personalmente, siempre me fascinaron las historias de secretismo, exclusividad y poder. Pero creo que la gente es demasiado cómoda. Permítanme que les explique este aparente sinsentido.

Al público, en general, le encanta encontrar siempre algo o alguien sobre quien delegar, sobre quien verter responsabilidad. Hace no mucho leí que delegar es eso mismo: el invento de la “tercerización de la culpa”. Y la gente, de manera individual y de manera social, necesita “tercerizar” la culpa. Todas estas versiones de grupos secretos que controlan el mundo, de entes formados por “poderosos” que determinan la vida y acción de las sociedades y personas son tan viejas como el propio ser humano, así como, de forma paralela, lo es la religión, con exactamente el mismo propósito: quitar responsabilidad de los hombros de las personas, hacer que la vida sea más llevadera y no asumir, en definitiva, la carga y consecuencias de las acciones que ejecutamos cada día.

Claro que siempre me causa gracia encontrar un artículo, de periódicos supuestamente serios y respetados, donde se pretende dar legitimidad a rumores y habladurías repartidas por el mundo. El Grupo Bilderberg existe, sí, y tiene un carácter de “perfil bajo”, también, pero de ahí a asumir que estos son los amos del mundo que controlan todo lo que ocurre en el planeta, hay un salto lógico imposible de cruzar. En uno de los párrafos, incluso, se llegaba a afirmar indirectamente que fue “el Grupo” el que puso a Bill Clinton y George Bush de presidentes de los Estados Unidos.

Como dirían los más grandes filósofos del siglo XX (Les Luthiers): “señoooooora”, no caigamos en el facilismo de creer que la voluntad de 50 personas puede más que la de 300 millones. No caigamos en la trampa del cuento del lobo feroz, de la historieta del poderoso y los pobrecitos inocentes que no se enteran de nada. El ser humano del siglo XXI es un homo informationis (si se me permite la aberración): es una persona educada, conocedora, con la capacidad suficiente para investigar, aprender y actuar ante los diferentes desafíos y encrucijadas de la vida moderna, sean estos políticos, sociales, científicos o de cualquier otra índole.

No caigamos, en definitiva, en el atontamiento de la vida paternalista que nos pretende hacer creer que no estamos capacitados para tomar decisiones. Somos capaces, formados y conscientes: si nos dejamos convencer de que los “grupos de poder” son los que tienen el timón de nuestra vida, estaremos cayendo en el más pueril de los errores.

Seamos responsables, por tanto, por nuestras acciones. La vida no es de color de rosa y, aunque parezca increíble, tanto a Bush como a Zapatero los ha puesto en el poder su propio pueblo, por medio del más básico acto social: el voto. No es, como dice el dicho, que cada país tiene el gobierno que se merece, no: cada país tiene el gobierno que ha elegido.

Basta de quejas y excusas. Aceptemos, de una vez por todas, la responsabilidad de nuestras acciones. Y aprendamos a convivir con sus consecuencias.

viernes, mayo 14, 2010

¿Crisis? ¿Dónde está la crisis?

El genial Joaquín Sabina, en una de sus canciones más famosas, ponía estas palabras en la boca de una típica señora española: “¿Crisis?¿Dónde está la crisis?”.

Pero claro, escucharlo, años después, de boca del presidente del gobierno, ya no me causa tanta gracia. Y es que si uno analizaba la situación detalladamente, todo esto se veía venir.

Dejemos de lado –o no- las primeras andanzas de Don Zapatero de La Mancha y sus secuaces (como la pantomima de la rebaja del IVA de los libros, o el vergonzoso anuncio de la creación de viviendas, o el resto de mentiras que nos han venido contando desde hace mucho a esta parte) y centrémonos en el manejo de la actual –aunque sea sólo para España y unos pocos países- crisis económica.

Ante el fantasma de la recesión, hace ya un tiempo atrás, Zapatero aplicó el principio más pueril e ignorante de la economía (y casi todas las disciplinas): negarlo todo. Esta táctica no sólo no se la creía nadie, sino que además desconcertaba a los mercados y generaba desconfianza en los inversionistas. Para cualquier economista aficionado y lego en la materia, como yo, la cosa tenía un sólo destino: si la economía española se había inflado hasta el punto de formar una burbuja, en algún momento se tenía que desinflar. No nos engañemos, sin embargo: una cosa es la crisis internacional que existió y otra, muy diferente, la que se generó en España debido al crédito salvaje y la falta de ahorro de la población.

Había una salida lógica, de todas formas: reducir el gasto público, bajar los impuestos para generar consumo, poner la economía en modo “sleep” y esperar a que amaine el temporal. Pero no, para qué tomar las medidas que aconsejaban todos los economistas reconocidos, cuando lo tenemos a SúperZP (todo un ministerio de economía él solito, oiga) al mando de la nave: mejor, aumentemos las subvenciones a cualquier chorrada, incrementemos el gasto público, subamos los impuestos para matar el consumo y, eso sí, que a mi Sonsoles no le falte de nada.

Pero este derroche de conocimientos económicos (656 asesores del presidente de por medio, que cuestan alrededor de 28 millones de euros al pueblo español) no trajo los frutos que se esperaban. No solo eso: hoy por hoy, España está vigilada por la política internacional para que la cosa no explote. Obama lo llama a Zapatero para decirle que tome las riendas del asunto de una vez y Merkel le da un toque de atención. Este excelso ministro/presidente está consiguiendo que España sea el hazmerreír de la crisis internacional: mientras toda Europa ya pasó el chaparrón, a nosotros nos espera todavía lo peor.

Este hombre ha conseguido llegar a ser (aunque suene paradójico) un inepto en casi todas las materias de gobierno que ha tratado.

Aaahh, pero no se preocupen, mis queridos chichipíos, que además de la subida de impuestos que ya anunciaron, el año próximo se viene otra. Y si no, tiempo al tiempo.

De buenos que se vuelven malos

Muchos están indignados. Claman al cielo sin siquiera conocer bien los hechos ni los detalles de lo que están hablando. Les da igual, ya que la idea que defienden va “más allá” de esos detalles menores …

Otros dicen, con la boca chiquita, que bueno, que este hombre no es tan malo. Y no, en un principio no lo era. Empezó con buenas intenciones y buenos actos: metiéndose en casos importantes, poniendo el pecho a las balas y aceptando las consecuencias. Pero, como ocurre en muchos casos (demasiados, desgraciadamente), no supo parar a tiempo. No supo bajarse de la nube y legislar desde la sensatez y la humildad. No. Se la empezó a creer: empezó a pensar que podía meterse en cualquier sitio, que su “coraza” de juez le daba impunidad para hacer lo que quisiera, incluso ir a buscar basura al patio ajeno y revolver sin permiso de los dueños.

Y claro, todo está muy bonito y muy “progre” mientras los atropellos se cometen fuera de casa … el tema es cuando se empieza a meter mano a la memoria personal (a la de tu hermano, a la de mi padre) o cuando se le ve el filón económico al asunto; ahí es donde vienen los problemas. Sobre todo si, desde el gobierno de turno, te dan permiso para hacerlo de la manera que te plazca, sin respetar ningún procedimiento, ley o autoridad establecida. En ese momento, cuando empiezas a mear en tu propio territorio y a tocarle la moral a tus propios compañeros, es cuando ya se ha perdido el rumbo.

Pero, aún así, y lejos de adoptar una postura de pro-hombre y rectificar, nuestro “súper-juez” siguió adelante con los faroles. Pues aquí están las consecuencias, señor Garzón. Esto es lo que ocurre cuando el que empezó siendo un buen juez se termina creyendo intocable: que la Justicia (con J mayúscula) es lenta, pero llega. O, como mejor diría un amigo mío, “el tiempo deja a cada uno en su lugar”.

Todas las personas son iguales ante la ley, sean jueces, políticos, civiles o religiosos. Hoy es un gran día: el pueblo se ha atrevido a llevar a la Justicia un hombre bueno que se ha corrompido. Y ése es uno de los signos más puros de la democracia.