"Y entonces, sin pensarlo dos veces, saltó.
Cuando volvió a abrir los ojos le extrañó no sentir la sensación de caída. En su lugar había un aroma suave a tierra mojada. Sin entender todavía demasiado se dio cuenta de que era chiquito, mucho más chiquito, y que iba de la mano de una señora rubia caminando por la calle. Al fondo observó un cerro no muy alto, de incontables colores, enmarcado en un cielo azul como no había visto nunca. Su mente científica, en un intento de racionalizar la experiencia, no lograba descifrar si se trataba de una alucinación provocada por la aceleración de la caída, o si ya se había producido el golpe y esto era lo que había después de la muerte. Fuera lo que fuera, no le importó, y se dejó llevar por la grata sensación de entrega a la redención final.