Ayer, en una de mis lecturas matutinas, me topé con un artículo titulado “Los amos del mundo”, que trataba, de forma supuestamente seria, sobre el poco conocido Grupo Bilderberg: un grupo de personas con puestos muy influyentes en el mundo contemporáneo que se reúnen anualmente para tratar temas de actualidad política, social, económica, etcétera.
Leyendo el tenor del artículo, y de la gran mayoría de los comentarios, me empecé a reír sólo sin poder parar. Personalmente, siempre me fascinaron las historias de secretismo, exclusividad y poder. Pero creo que la gente es demasiado cómoda. Permítanme que les explique este aparente sinsentido.
Al público, en general, le encanta encontrar siempre algo o alguien sobre quien delegar, sobre quien verter responsabilidad. Hace no mucho leí que delegar es eso mismo: el invento de la “tercerización de la culpa”. Y la gente, de manera individual y de manera social, necesita “tercerizar” la culpa. Todas estas versiones de grupos secretos que controlan el mundo, de entes formados por “poderosos” que determinan la vida y acción de las sociedades y personas son tan viejas como el propio ser humano, así como, de forma paralela, lo es la religión, con exactamente el mismo propósito: quitar responsabilidad de los hombros de las personas, hacer que la vida sea más llevadera y no asumir, en definitiva, la carga y consecuencias de las acciones que ejecutamos cada día.
Claro que siempre me causa gracia encontrar un artículo, de periódicos supuestamente serios y respetados, donde se pretende dar legitimidad a rumores y habladurías repartidas por el mundo. El Grupo Bilderberg existe, sí, y tiene un carácter de “perfil bajo”, también, pero de ahí a asumir que estos son los amos del mundo que controlan todo lo que ocurre en el planeta, hay un salto lógico imposible de cruzar. En uno de los párrafos, incluso, se llegaba a afirmar indirectamente que fue “el Grupo” el que puso a Bill Clinton y George Bush de presidentes de los Estados Unidos.
Como dirían los más grandes filósofos del siglo XX (Les Luthiers): “señoooooora”, no caigamos en el facilismo de creer que la voluntad de 50 personas puede más que la de 300 millones. No caigamos en la trampa del cuento del lobo feroz, de la historieta del poderoso y los pobrecitos inocentes que no se enteran de nada. El ser humano del siglo XXI es un homo informationis (si se me permite la aberración): es una persona educada, conocedora, con la capacidad suficiente para investigar, aprender y actuar ante los diferentes desafíos y encrucijadas de la vida moderna, sean estos políticos, sociales, científicos o de cualquier otra índole.
No caigamos, en definitiva, en el atontamiento de la vida paternalista que nos pretende hacer creer que no estamos capacitados para tomar decisiones. Somos capaces, formados y conscientes: si nos dejamos convencer de que los “grupos de poder” son los que tienen el timón de nuestra vida, estaremos cayendo en el más pueril de los errores.
Seamos responsables, por tanto, por nuestras acciones. La vida no es de color de rosa y, aunque parezca increíble, tanto a Bush como a Zapatero los ha puesto en el poder su propio pueblo, por medio del más básico acto social: el voto. No es, como dice el dicho, que cada país tiene el gobierno que se merece, no: cada país tiene el gobierno que ha elegido.
Basta de quejas y excusas. Aceptemos, de una vez por todas, la responsabilidad de nuestras acciones. Y aprendamos a convivir con sus consecuencias.