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miércoles, octubre 17, 2012

La verdad


La verdad es que, nos guste o no nos guste, somos todos responsables. Es muy fácil, y sobre todo muy cómodo, pensar con la teoría de "la culpa es del otro", pero somos todos responsables y lo sabemos.

La verdad es que desde hace mucho años Europa y Norteamérica se han sumergido (ahora, evidentemente, ya no más) en una espiral sin freno de consumo desbocado, donde se eliminó el concepto de ahorro y se sustituyó por el de gasto permanente. Claro que esto resultaba muy fácil cuando las entidades de crédito, sin ningún tipo de comprobación previa, daban dinero al primero que pasara por la puerta. Hay algunos casos más flagrantes que otros pero, básicamente, todas las situaciones están cortadas por el mismo patrón: crecimiento económico prolongado del país en cuestión, flujo continuo de crédito a bajo interés, consumo desmedido de privados (tanto entidades bancarias como particulares), endeudamiento progresivo e incluso muchas veces solapado -se obtiene un crédito para pagar otro crédito- y resultado final con una gran debacle financiera.

La verdad es que, hubiera ocurrido o no el colapso de Lehman Brothers y sus primos hermanos, el sistema no habría aguantado en ningún caso. La explicación de esto no requiere de ningún conocimiento especial de economía, sino simplemente de un poco de sentido común: una deuda privada (banca y particulares) absolutamente desmedida, que impulsa a una deuda pública también desmedida y que, dada la falta de respaldo real durante determinado periodo de tiempo, genera desconfianza en inversores; al mover incluso ligeramente el amperímetro, todo el sistema se vuelve insostenible y colapsa. Sin embargo, por muy claro que pueda parecer esto, la gran mayoría del "hombre común" no está de acuerdo, e insiste en culpar única y exclusivamente a los otros dos actores de la tragedia: banqueros y políticos. Analicemos esta posición.

En primer lugar está el hecho de que todos estos movimientos (llámese "15-M", "Stop desahucios", "We are the 99%" o demás) claman al cielo declarando a los cuatro vientos que la población no tuvo ninguna responsabilidad en la generación de la crisis; es más, que ellos -nosotros- somos todos víctimas de entidades malignas que nos han llevado al desastre. Este argumento podría descartarse únicamente por pueril, pero intentaré refutarlo.

Punto número uno, ningún banco obligó a ningún ciudadano a comprar nada. Esto puede parecer básico, pero el argumento se plantea como si así fuera. Los bancos no son entidades de caridad, sino entidades creadas con un solo propósito: hacer dinero prestando dinero. Con lo cual, en el momento en que uno firma un contrato con el banco ya es complicado justificar que se desconocía el negocio, o que no se sabía muy bien en lo que se estaba metiendo, etc. Se puede alegar que el banco tiene cierta responsabilidad social en su función de entidad de crédito, y se estaría en lo correcto. Sin embargo, así como el banco tiene responsabilidad para con el usuario, ese usuario tiene una responsabilidad igualmente recíproca: entender y conocer el juego que está jugando. No hablo de conocer las tendencias del mercado y prever qué ocurrirá a cinco años vista siendo un gurú de la economía, sino de como mínimo preocuparse por entender qué se firma cuando se firma una hipoteca, y a qué se está comprometiendo uno. Si bien no tengo datos certeros en la mano, estoy convencido de que la gran mayoría de las personas que firmaron una hipoteca no conocen muy bien su alcance. Y sí, esto es también una responsabilidad, porque en caso contrario sus efectos pueden repercutir directamente sobre el resto de ciudadanos... exactamente como ha ocurrido ahora.

Punto número dos: la situación de sobre-endeudamiento era obvia no sólo para los entendidos en economía, sino para todos los ciudadanos. Tanto es así que en varios países (en casi todos los que han sufrido la crisis, diría yo, ya que se convirtió en un término global) muchos años antes de que el conflicto real surgiera, ya se estaba nombrando la situación como "la burbuja". ¿Qué es el concepto de "burbuja" sino la descripción de algo completamente frágil, artificialmente inflado y que puede estallar en cualquier momento? Sin embargo, y a pesar de las permanentes advertencias durante más de una década, toda la población (repito, bancos y particulares) seguían invirtiendo y gastando como si no hubiera mañana. Todo el mundo, muy adentro, guardaba la esperanza de que todo se resolvería de alguna manera, de que al final del camino la dichosa "burbuja" no sería tal. Pero nadie puede argumentar que las señales no estaban ahí, y desde hace mucho tiempo.

Estos dos puntos, que establecen claramente una responsabilidad compartida, nos llevan indefectiblemente a la cuestión del "rescate", otro de los hitos incendiarios para los profetas del movimiento anti-sistema global. La queja generalizada es que no se debería rescatar a los bancos, y se debería dejar caer el sistema.  Esto tiene cierta parte de razón, pero le falta la otra parte: yo estoy absolutamente de acuerdo con el principio "o todos o ninguno", pero debe ser realmente así; es decir, si se deja caer a los bancos (que indudablemente tuvieron responsabilidad en el asunto), también se debiera dejar caer a la población, que indudablemente también tuvo responsabilidad. Y es precisamente esta segunda parte la que no se comprende: todos estos reclamos parecen "omitir" el hecho de que las sociedades también están rescatadas, y no sólo los bancos. España tiene desde hace varios años un rescate encubierto que hace que el país siga funcionando en un equilibrio inestable. Evidentemente no se lo puede llamar así porque generaría el pánico social, pero no deja de ser la realidad. En Grecia o Portugal este hecho se hizo más evidente, pero el rescate significa que las entidades económicas internacionales ceden grandes cantidades de dinero al Estado en cuestión para sostener a sus ciudadanos en sus actividades y servicios sociales. Esto nos puede gustar en mayor o menor medida, pero efectivamente es así; con lo cual, el sistema está siendo coherente: se rescata a los bancos y a los estados. Si se dejara caer a los bancos, igualmente se debería dejar caer a los estados y entonces Portugal, Grecia, Irlanda, España, Italia, posiblemente Francia e Inglaterra estarían, técnicamente, en bancarrota. Por razones obvias, esto es algo que no se puede permitir (al menos, en principio).

Como punto tercero: muchas veces se achaca a los bancos su falta de ética, enfocada sobre todo en el hecho de la "especulación". Efectivamente, la especulación es una buena parte de cómo las entidades de crédito manejan su dinero y obtienen beneficios. A veces es aceptada y a veces no, pero en mayor o menor medida se da en todos los casos (bien entendida, la especulación es en cierta forma la base del sistema de mercado). Un hecho menos conocido, sin embargo, es que gran parte de la sociedad realiza esta práctica de forma habitual, especialmente durante los últimos años del rally de gasto previo a la crisis. Durante estos años, una gran cantidad de gente se dedicó a comprar inmuebles a precio moderado para luego revenderlos un año más tarde a una cantidad considerablemente mayor, obteniendo así un porcentaje de beneficio en un breve lapso de tiempo. Esta práctica tan generalizada puede mostrarse con varios datos, que requerirían de más desarrollo. Un buen ejemplo de estos se puede encontrar en el artículo "Burbuja inmobiliaria en España", de Wikipedia.

En segundo lugar, continuando con el razonamiento inicial, encontramos las condiciones sociales durante las cuales se desarrolla esta crisis. El desarrollo de Norteamérica y Europa durante los últimos casi 50 años (el periodo post-Segunda Guerra Mundial) ha sido sostenido y de crecimiento casi permanente. Excepto un par de baches a finales de los 80 y en el año 2000, la tasa de crecimiento en la mayoría de los países de estas regiones ha sido impresionante.

Este marco ha creado una generación de personas que, estando hoy en día en sus 30-40 años, representa la masa social productiva más extendida y, por tanto, los líderes en crecimiento del mañana. Toda esta generación no ha vivido, a excepción de algún que otro altibajo, ninguna crisis profunda ni ningún contratiempo financiero-económico-social masivo hasta ahora. No sólo eso, la generación anterior se ha ocupado, de una manera muy lógica, de "malcriar" a estos jóvenes líderes de hoy en día, dado el background del que se procedía (hambrunas de la guerra, desempleo incontrolable, falta de educación de la masa trabajadora, etc.). La creación de entidades o conceptos como el "Estado de bienestar" (otra expresión para el paternalismo estatal) ha llevado a esta generación a sentirse imbuida de derechos que, hasta ese momento, no se creía poseer. Por supuesto que nadie puede negar que haber ganado esos derechos es un tremendo beneficio social que ha llevado a un avance exponencial de la calidad de vida; pero aquí reside también el gran problema de esta generación.

El sostenimiento continuado de estos derechos legítimamente obtenidos ha hecho olvidar -o quizá nunca llegar a conocer- a esta franja de la población cómo se consiguieron, y por ende, cuál es el requisito básico para mantenerlos. Es esta una generación que no conoce más que por lejanas palabras el verdadero significado del esfuerzo y sacrificio que supuso para el mundo occidental entero el conseguir esos privilegios que se disfrutan hoy como derechos, sin siquiera cuestionar por un momento su disponibilidad. Hablando simplemente: esta generación no conoce lo que es empezar a trabajar a los 12 años en el campo o en una fábrica, de 6 de la mañana a 9 de la noche, cobrando un sueldo mínimo sin ningún tipo de cobertura social. Y, de hecho, está bien que así sea. Todo el mundo pretende que las generaciones posteriores vivan en condiciones mejores que las que vivió uno mismo. El problema aparece cuando todos esos años de sacrificio y esfuerzo se dan por sentados, y la capacidad de trabajo se diluye hasta alcanzar un status quo de comodidad social, donde la generación productiva no está dispuesta a hacer el esfuerzo necesario para salir adelante y, más importante aun, para sacar la sociedad adelante. En una situación como esta, la persona que debería ser productiva se convierte en un constante "reclamador" de derechos que considera ya fundamentales e inalienables, sin detenerse siquiera a pensar que esos derechos no tienen por qué existir per se, si no que se ganan a través del trabajo y el esfuerzo como sociedad. Demandar en una plaza, por ejemplo, una vivienda al grito de "tengo derecho a una vivienda digna" no significa que el Estado tenga la obligación de efectivamente proveer una vivienda a cada ciudadano que la demande. En efecto, este es un punto muy relevante y ejemplificador: el derecho constitucional a la vivienda no significa bajo ningún concepto que el Estado vaya a regalar viviendas, si no que debe proveer todas las condiciones necesarias para que los ciudadanos tengan la oportunidad de ser capaces de conseguir una vivienda.


Las razones y factores arriba descritos nos llevan a dos conclusiones certeras: primero, esta crisis es resultado de una combinación de variables de las cuales son partícipes tanto los gobiernos como los bancos y los propios ciudadanos, con una responsabilidad balanceada, compartida e indivisible. Sería completamente infructuoso entrar en la discusión de cuál tiene más o menos peso pero, a mi entender, el poder final y determinante en un estado democrático reside de manera última en los ciudadanos, quienes son responsables (a través del voto y demás mecanismos sociales) de controlar y cambiar si fuera necesario una situación no deseada. Dicho esto, el punto segundo remite al mismo destinatario: queda claro después de este análisis que la única manera de salir de la crisis es mediante la aplicación de medidas que implican el esfuerzo de toda la sociedad, la concienciación general de mantener el "estado de bienestar" mediante el trabajo duro y eficiente, y un entendimiento básico del funcionamiento de las economías modernas.

Solamente entendiendo las razones reales de la situación actual se podrá comprender la manera real de salir del atolladero; solamente bajando a la realidad las causas y efectos de esta época seremos capaces de encontrar la salida adecuada y sostenida. Ya es hora de que nos demos cuenta de que tanto los problemas como las soluciones empiezan por nosotros mismos, y de que, de una vez por todas, tomemos la responsabilidad que eso conlleva.    

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