Presenciamos por estos días la derogación de la famosa Ley del Primer Empleo del gobierno francés. Y es entonces cuando sobreviene la pregunta fatídica: ¿realmente esta medida es lo mejor para la sociedad francesa?
Durante los últimos años somos testigos de un paulatino crecimiento (resurgimiento, mejor dicho) de ideologías que, al menos yo, creía sepultadas en las huestes del olvido debido principalmente a dos motivos: su abandono por parte del Occidente moderno, y su repetidas veces demostrada ineficacia económico-social. Ejemplos de este renaissance son casi todas los gobiernos sudamericanos (excluyendo Chile, y pasando desde la demagogia democrática de Kirchner hasta la dictadura encubierta de Chávez) y, por difícil que cueste creerlo, países como España o Francia.
De la primera no hay mucho que descubrir: es evidente el alineamiento político e ideológico que ha llevado a cabo Zapatero con las llamadas políticas “setentistas”. De la segunda, tenemos una muestra irrefutable con la derogación del CPE y la rendición del gobierno ante hordas de estudiantes que dicen “exigir sus derechos” con palos y violencia.
Ahora bien, analicemos un poco la situación. Estos estudiantes (muy diferentes, por cierto, de aquellos de Mayo del 68; por si a alguno lo ha tentado la comparación) demandan la anulación de una ley que fue creada, expresamente, para agilizar el mercado laboral y facilitar la contratación. Ya todos conocemos las “barbaridades” del despido sin justificación, etc. Pongámonos ahora del otro lado del tablero; veamos qué es lo que quiere entonces un estudiante francés: por deducción, lo que se pide es tener un trabajo estable con contrato indefinido recién habiendo salido de la universidad y que no exista la posibilidad del despido injustificado. Claro, ¿por qué no? Y también podrían tener un sueldo de 5000 euros con su primer trabajo; total por pedir … que no quede.
No seamos irrealistas: no existe ninguna economía moderna que pueda asegurar eso a ninguna persona que sale de la facultad con un título recién conseguido bajo el brazo. Cuando no hay trabajo, no se puede crear de la nada y, menos aún, intimar a las empresas a contratar gente de manera forzosa.
Me remito, entonces, a las bases del liberalismo más puro: ¿qué es mejor, señor estudiante, no tener ningún trabajo en absoluto y no tener la posibilidad siquiera de conseguirlo, o tener un trabajo que dure un año (o dos, o más) por más que sea a riesgo de que después de este periodo pueda ser despedido?
Aquí es donde se hace más patente la falla de las vetustas ideologías de izquierdas que sustentan los estudiantes franceses. A esta altura de la Historia donde, supuestamente, hemos aprendido de nuestros errores, no podemos estar esperando un estado completamente paternalista que nos brinde absolutamente todo sin nosotros mover un dedo; no podemos esperar una economía inmóvil que brinde trabajo estable a absolutamente todas las personas que tengan un título. Por supuesto que se tiende a eso: es un ideal de sociedad; pero la realidad es, siempre, diferente.
Creo firmemente que las protestas generadas por esta ley tienen su origen en dos desgraciadas situaciones: la ignorancia (y, en cierto grado, un poquito de solidaridad estúpida) y la regresión de los jóvenes, principalmente, a los reclamos de ideologías pseudo social-marxistas. Como bien dijo el Rector de la Sorbona: “Son jóvenes de 20 años que parecen de 65”. Me apena ver cómo Europa, cuna del liberalismo que es base de casi todas las democracias y economías modernas, sufre una regresión que no será más que perjudicial. Cuidado, estamos acudiendo a una victoria más del arcaísmo ideológico.
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